Hace tiempos lejanos, antes de que la humanidad viviera la pandemia, me surgieron algunas preguntas, unas de esas que no te dejan dormir, de esas que no puedes responder así tan fácil, ni diseñando un experimento. Son como una piedra en el zapato. Ya te conté sobre ellas en dos oportunidades, así que te pido que soportes una tercera a ver si logro desahogar mis penas. Para recordarte el contexto, en la década de los 80’, se describía un extraño mecanismo de edición de ARN mitocondriales en un grupo de protistas que no eran para nada convencionales: los kinetoplástidos. Este mecanismo de edición consistía en la inserción o la deleción de uridinas. Algunos ARN requerían cientos de ediciones para que resulten en una secuencia viable de ser traducida a proteína. Una parafernalia de ADN, proteínas y vías bioquímicas era necesario para ello. Hablamos sobre eso, quizás algo recuerdas, pero un hecho me quedó dando vueltas como mosca molesta. Por caprichos del código genético, tantas U en la secuencia del mensajero implicaron un incremento drástico en el contenido de aminoácidos hidrofóbicos en la proteína. ¿Será por algo? ¿Será por nada? Quizás un estudio evolutivo nos ayude a pensar en ello. Prometo que será la última vez que te hable del tema, ya encontraré otra verdura que vender, es el final de la trilogía*. En fin, los espero para quemar neuronas… obviamente con un desayuno altamente “hidrofóbico” de por medio.

*Aclaración: Como en Hollywood, esto no excluye la posibilidad que pueda haber una precuela o un spin-off para seguir lucrando 😉

Horario: 9 hs

Lugar: Laboratorio central